Del escorpión y otros refrescos

sábado, 20 de febrero de 2010 3 comentarios




Había una vez un curador en Italia, por los años de 1400 o 1500, no se sabe con exactitud. El tipo le jalaba a todo lo que era la curaduría: curaduría de baños rotos, de cenefas descolgadas, de azulejos heridos por botellas arrojadas por chicos punk. El hombre pasaba su vida curando todo lo que se le cruzaba, y fue así que un día se topó con la curaduría artística. Al principio el desconcierto se apoderó de su alma renacentista, sin embargo con el tiempo descubrió que era un negocio más rentable y menos desgastante que curar las fechorías de los vándalos romanos.

Así fue que el susodicho, a quien llamaremos Ludovico Chisacá, empezó a curar exposiciones de grabados alrededor de la influencia de las drogas opiáceas en la sociedad de consumo medieval.
En una de tantas reuniones con la dirección técnica de la Selección Artística de Italia, Ludovico propuso a René Higuita (a quien llamaremos Benedetto Uribe Vélez, para no revelar su identidad) como curador oficial de la selección. Benedetto pasaba sus días curando, pero guiado por la extraordinaria influencia de su mentor Ludovico, decidió montar un pequeño programa en el canal comunitario de su barrio: el barrio Roma, que tenía como título "Curaduría para el alma". Benedetto consideraba que curar arte no era suficiente, que había que apuntarle a metas más ambiciosas. Fue así como estuvo en contacto directo con los frescos de Miguel Ángel, a quien llamaremos Bairon Lacouture. El fresco más famoso de Bairon fue el fresco frutiño, increíble creación humana que narraba el génesis bíblico, constituyéndose así como la obra de arte más bella de la historia de los re-frescos y de la humanidad.